Ante la expansión de la práctica del mindfulness, la confusión acerca de lo que es y lo que no es ha crecido a un ritmo muy similar. Reconocido como “el padre del mindfulness”, Jon Kabat-Zinn explica con detalle su sentido y razón de ser en la meditación que no es lo que crees. ¿Por qué el mindfulness es tan importante?.
Fuente: aemind.es
Al mismo tiempo, con esta lectura de un capítulo del libro saldremos de equívocos y podremos comprender con mayor exactitud que el mindfulness es mucho más que una simple “técnica de relajación”.
Convendría empezar aclarando algunos malentendidos muy habituales sobre la meditación. En primer lugar, la meditación no es una técnica ni una colección de técnicas, sino una forma de ser.
La meditación no es una técnica, sino una forma de ser.
Con ello, claro está, no estamos diciendo que no existan métodos y técnicas relacionados con la práctica de la meditación, porque ciertamente nos serviremos de algunos de ellos. Pero si no entendemos que las técnicas son vehículos orientadores que apuntan a formas de ser, a modos de ser de nuestra mente y de nuestra experiencia en el momento presente, nos perderemos con facilidad en las técnicas y en los desencaminados, aunque comprensibles, intentos de utilizarlas para llegar a alguna parte y experimentar algún resultado o estado especial que acabaremos considerando como su objetivo. Pero esta manera de entender las cosas, como veremos, puede llegar a obstaculizar muy seriamente nuestra comprensión de la riqueza de la práctica de la meditación y de lo que ésta tiene que ofrecernos. Convendrá, pues, recordar que, por encima de todo, la meditación es una forma de ser o, si el lector lo prefiere, una forma de ver, una forma de percibir y hasta una forma de amar.
La meditación no es otro modo de hablar de la relajación
Repitámoslo de nuevo: la meditación no es otro modo de hablar de la relajación. Con ello no quiero decir que la meditación no vaya acompañada con frecuencia de estados profundos de relajación y de sensaciones de bienestar, porque eso es obviamente lo que en ocasiones sucede. La meditación mindfulness consiste en abrazar todos y cada uno de los estados que emergen en nuestra conciencia, sin inclinarnos por uno en desmedro de los demás.
Desde el punto de vista de la práctica del mindfulness, el dolor, la angustia y hasta el aburrimiento, la impaciencia, la frustración, la ansiedad y la tensión corporal son objetos igualmente válidos de nuestra práctica si les prestamos atención en el mismo momento en que aparecen.
Cada uno de ellos nos proporciona, a fin de cuentas, una ocasión para la comprensión y el aprendizaje y, en última instancia, para la liberación. No deberíamos, pues, considerar los estados que no vayan acompañados de relajación o beatitud como pruebas de una práctica meditativa «equivocada».
Bien podríamos decir que la meditación es una forma de ser adaptada a las circunstancias en que nos hallamos en todos y cada uno de los instantes de nuestra vida. Si estamos atrapados en nuestra propia actividad mental, no podremos estar presentes de la manera adecuada e incluso, quizás, no podamos estar presentes en modo alguno. Nos demos o no cuenta de ello, nuestras agendas ocultas tiñen todo lo que hacemos.
Con ello no pretendo decir que, cuando estemos atentos, desaparecerán todos los contenidos –a veces caóticos, turbulentos, dolorosos o confusos– que revolotean de manera natural por nuestra mente. Esa es, en ocasiones, la naturaleza de nuestra mente y de nuestra vida. Sin embargo, no debemos dejarnos atrapar por esas cosas ni permitir que distorsionen nuestra capacidad de registrar el abanico completo de lo que ocurre y lo que ello exige de nosotros, ni que distorsionen nuestra percepción hasta el punto de ignorar lo que realmente ocurre y lo que, al respecto, debemos hacer.
El rasgo distintivo de esa modalidad de ser, a la que llamamos meditación, es el no apego y en consecuencia la percepción clara y la predisposición a responder de forma adecuada a cualquier circunstancia que se nos presente
No es de extrañar que quienes tan sólo conocen la meditación a través de lo que dicen los medios de comunicación crean que básicamente es una forma de manipulación interna que se asemeja a pulsar una especie de interruptor cerebral orientado a dejar la mente en blanco. Esa perspectiva cree que poner fin al pensamiento implica poner fin a las preocupaciones y verse mágicamente catapultado al estado «meditativo», el cual siempre imaginan como un estado de relajación, paz, calma y comprensión profundas que erróneamente asocian al concepto de nirvana.
Pero esta visión, por más comprensible que pueda parecer, está muy equivocada, porque la práctica de la meditación puede perfectamente estar saturada de pensamientos, preocupaciones, deseos y cualquier otro de los estados y aflicciones mentales que afectan a los seres humanos. Lo importante no es el contenido de la experiencia, sino la conciencia de ese contenido y, aun más, la conciencia de los factores que promueven su desarrollo y el modo en que nos liberan o encadenan instante tras instante y año tras año. Así́ pues, seamos claros al respecto, no existe un «estado de atención» que debamos obtener o alcanzar, porque cualquier situación o condición en que nos hallemos en cualquier momento -incluidos el odio, el miedo o la tristeza– pueden ser abarcadas en la conciencia y, de ese modo, pueden ser vistas, abordadas, conocidas y aceptadas como parte de la realidad del ahora.
No existe la menor duda de que la meditación puede conducir a la relajación, la paz, la calma, la intuición, la sabiduría y la compasión profunda y de que el término Nirvana no es tan sólo el nombre de una loción para después del afeitado, de un hermoso yate o de cualquier cosa que podamos pensar (porque la historia completa jamás se agota en lo que uno pueda pensar al respecto), sino que se refiere a una dimensión muy importante y verificable de la experiencia humana.[1] Éste es, precisamente, uno de los misterios y atractivos de la meditación. Pero hay veces en que incluso los meditadores avanzados olvidan que la meditación no tiene nada que ver con el logro de algo especial y se esfuerzan en alcanzar un determinado resultado que satisfaga sus deseos y expectativas. Y es que, por más claro que lo tengamos, hay veces en que esa noción puede presentarse y, en esos momentos, debemos «recordar» la necesidad de abandonar esos conceptos y deseos y tratarlos como a cualquier otro pensamiento que aparezca en nuestra mente, recordar la necesidad de no aferrarnos a nada y quizás advertir incluso que se trata de construcciones esencialmente vacías de lo que podríamos llamar la mente deseante.
Otro error muy común consiste en considerar que la meditación es una herramienta para controlar o tener determinados pensamientos. Y, aunque esta noción encierre una cierta verdad, en el sentido de que hay formas concretas de meditación discursiva que apuntan al cultivo de cualidades concretas (como la bondad y la ecuanimidad) y de emociones positivas (como la alegría y la compasión), nuestras expectativas acerca de la meditación suelen obstaculizar la puesta en práctica de lo que más necesitamos e impedirnos experimentar el momento presente tal cual es, en lugar del modo en que queremos verlo, con la mente y el corazón abiertos.
Porque la meditación –y, muy especialmente, la meditación mindfulness– no tiene nada que ver con pulsar un interruptor que nos catapulte a otro lugar, que nos despoje de determinados pensamientos y nos ayude a cultivar otros, ni con poner la mente en blanco o permanecer tranquilos y relajados.
La meditación es, en realidad, un gesto interno que permite que nuestro corazón y nuestra mente (considerados como una totalidad inconsútil) cobren conciencia del espectro completo del momento presente tal cual es, aceptando todo lo que se presente por el simple hecho de que está sucediendo, en una actitud interna que la psicoterapia ha calificado como «aceptación incondicional». Y debo decir que se trata de algo muy difícil, sobre todo en el caso de que lo que ocurra no concuerde con nuestras expectativas, deseos y fantasías, que parecen ser inagotables y pueden, aunque sea de un modo muy sutil y casi imperceptible, llegar a teñirlo todo, en especial en lo que se refiere a la práctica de la meditación y a cuestiones relacionadas con el «progreso» y el «logro».
La meditación no tiene nada que ver con tratar de llegar a un determinado lugar, sino con permitirnos estar precisamente donde estemos tal y como estemos y que, en ese mismo instante, el mundo sea también exactamente tal cual es.
Y esto no resulta nada sencillo porque, mientras permanezcamos dentro del ámbito del pensamiento, siempre encontraremos defectos. Por ello la mente y el cuerpo se resisten tanto a aceptar, aunque solo sea de forma provisional, las cosas tal como son. Y esta resistencia quizás sea todavía mayor cuando meditamos porque, en tal caso, albergamos la esperanza de que la meditación nos ayude a cambiar las cosas y a mejorar nuestra vida, y contribuya también a cambiar el mundo.
Con ello no estamos negando la importancia de la aspiración a cambiar las cosas, mejorar la vida y transformar el mundo. De hecho, todas ellas son posibilidades muy reales porque, al meditar, sentarnos y permanecer en silencio, podemos transformarnos a nosotros mismos y al mundo y, en cierta manera –pequeña pero no, por ello, insignificante–, todos esos cambios están ya teniendo lugar.
Lo paradójico es que solo podemos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo si salimos, aunque solo sea unos instantes, de nosotros mismos y permitimos que las cosas sean tal como son, sin perseguir nada, especialmente aquellos objetivos que son el mero producto de nuestro pensamiento.
Einstein lo dijo de una manera muy convincente: «La mente que crea los problemas es incapaz de encontrar una solución válida a esos mismos problemas», lo que significa que debemos desarrollar y ejercitar nuestra mente y sus capacidades para ver, conocer, reconocer y trascender los motivos, conceptos y hábitos inconscientes que puedan haber generado los problemas en que nos hallamos inmersos. Y todo ello requiere de una mente que tenga una motivación diferente y vea y conozca de un modo nuevo o, dicho de otra manera, de nuestra mente intacta, original y no condicionada.
¿Cómo podemos hacer esto? Precisamente saliendo, aunque solo sea durante unos instantes, de nuestro camino, saliendo de los cauces habituales del pensamiento y sentándonos a descansar en las cosas tal como son más allá́ de nuestros pensamientos o, como Soen Sa Nim solía decir, «antes de pensar en ellas». Y ello significa permanecer durante unos instantes en lo que es y confiar, aunque carezca de sentido para nuestra mente pensante, en lo más profundo y mejor de nosotros mismos.
Uno es mucho más que la suma de sus pensamientos, ideas y opiniones, incluido lo que digan sus pensamientos acerca de quién es, de lo quee es el mundo y de las historias y explicaciones que ahora mismo nos contemos al respecto
Y, para ello, es preciso descansar en la experiencia desnuda del momento presente, es decir, descansar en las mismas cualidades que pretendemos cultivar. Todas esas cualidades dimanan de la conciencia y es precisamente a ella a donde volvemos cuando dejamos de esforzarnos en llegar a alguna parte, cuando no pretendemos tener ninguna sensación especial y cuando nos permitimos estar donde estamos y experimentar lo que estemos experimentando. La conciencia es, al mismo tiempo, el maestro, el discípulo y la lección que debemos aprender.
Cualquier estado mental es, desde el punto de vista de la conciencia, un estado meditativo. Por ello, en este sentido, la ira y la tristeza son tan interesantes y valiosas como el entusiasmo o el gozo y mucho más, por cierto, que la mente en blanco o que la mente que ha perdido el contacto, es decir, la mente desconectada de los sentidos. Todos los estados mentales y corporales, desde la ira hasta el miedo, el terror, la tristeza, el resentimiento, el entusiasmo, el gozo, la confusión, el disgusto, el desprecio, la ansiedad, la envidia, la rabia e, incluso, el embotamiento, la duda y la apatía, son verdaderas ocasiones para conocernos mejor a nosotros mismos, siempre y cuando podamos detenernos, mirar y oír o, dicho en otras palabras, siempre y cuando volvamos a los sentidos y establezcamos contacto inmediato con lo que, en todos y cada uno de los instantes, se halle presente en nuestra conciencia. Lo curioso, por más absurdo que pueda parecernos, es que baste precisamente con eso y que perfectamente podemos renunciar a todo esfuerzo para que las cosas discurran de un modo especial. Tal vez entonces nos demos cuenta de que siempre está ocurriendo algo muy especial, es decir, de que la vida siempre está desplegándose, instante tras instante, como conciencia.
Notas
[1] El término significa, de hecho, «extinguido», como el fuego que se ha agotado. Cuando lo que pensamos que somos y nuestros deseos se han agotado completamente o, dicho con otras palabras, cuando dejan de surgir, eso es el nirvana.
Escribir comentario